Opinión : Recomendable.
Los trece relatos que componen, La chica de Nueva Inglaterra (2013), en su mayor parte inéditos en castellano y extraídos de la obra El triunfo del huevo (1921), nos muestran lo mejor de Anderson, un haz de sentimientos complejos, conformados con un estilo sencillo y frente a un conformismo social de época. Sus historias se pueblan de ternura por los personajes que se asoman a sus páginas, que en cierta manera parecen inmersos en la violencia de la industrialización americana, y se convierten en almas desconcertadas que deambulan por este mundo de una manera fugaz e imprevisible. Muestra, en la mayoría de sus cuentos, una visión compasiva de la humanidad y siente especial interés por las clases más desfavorecidas: mujeres, niños, ancianos, minorías y, sobre todo los negros. Aunque muchos de ellos aparecen como seres anodinos, tan conformistas como obsesivos, y en la mayoría de estos relatos dan voz a rostros deseosos de que alguien cuente algo sobre sus intrascendentes vidas. Ellos se convierten en los antihéroes de una existencia que se muestran con total crudeza, sin paliativos y a la vez conmovedora. Actúan libremente, ajenos al autor, y en muchas ocasiones las historias no terminan felizmente. Destacar, en este volumen, un puñado de pequeñas obras maestras: “Quiero saber por qué”, “La otra mujer”, “El huevo”, o “La chica de Nueva Inglaterra”, que da título al conjunto, porque en todos ellos los narradores protagonistas se sinceran, y afirman tanto lo que dicen, como lo que ocultan. Se exponen ante el lector con una ingenuidad conmovedora, y se anteponen delante sus historias aunque no sepan exactamente qué es lo que revelan con ellas.
Los trece relatos que componen, La chica de Nueva Inglaterra (2013), en su mayor parte inéditos en castellano y extraídos de la obra El triunfo del huevo (1921), nos muestran lo mejor de Anderson, un haz de sentimientos complejos, conformados con un estilo sencillo y frente a un conformismo social de época. Sus historias se pueblan de ternura por los personajes que se asoman a sus páginas, que en cierta manera parecen inmersos en la violencia de la industrialización americana, y se convierten en almas desconcertadas que deambulan por este mundo de una manera fugaz e imprevisible. Muestra, en la mayoría de sus cuentos, una visión compasiva de la humanidad y siente especial interés por las clases más desfavorecidas: mujeres, niños, ancianos, minorías y, sobre todo los negros. Aunque muchos de ellos aparecen como seres anodinos, tan conformistas como obsesivos, y en la mayoría de estos relatos dan voz a rostros deseosos de que alguien cuente algo sobre sus intrascendentes vidas. Ellos se convierten en los antihéroes de una existencia que se muestran con total crudeza, sin paliativos y a la vez conmovedora. Actúan libremente, ajenos al autor, y en muchas ocasiones las historias no terminan felizmente. Destacar, en este volumen, un puñado de pequeñas obras maestras: “Quiero saber por qué”, “La otra mujer”, “El huevo”, o “La chica de Nueva Inglaterra”, que da título al conjunto, porque en todos ellos los narradores protagonistas se sinceran, y afirman tanto lo que dicen, como lo que ocultan. Se exponen ante el lector con una ingenuidad conmovedora, y se anteponen delante sus historias aunque no sepan exactamente qué es lo que revelan con ellas.
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