Opinión : Muy recomendable.
Este libro narra una historia que es dura, cruel. Nada de abrir una corriente empática con los personajes más deleznables, como Capote, no hay un solo segundo de descanso. El mundo, sobre todo el de Faulkner, es un lugar con algunos rincones muy poco aconsejables y Santuario es la crónica de un garbeo por unos cuantos de ellos. Más de uno perderá la paciencia ante la errática
narración inicial, con elipsis que son cráteres y silencios que son
largas noches a la intemperie. Adivinamos una casa al final de un
camino, vemos gente entrar y salir, errar por ella. Vemos hombres
y mujeres,a Popeye, a Temple Drake, senderos en medio de la nada; y
mucha oscuridad, física y psicológica. El prostíbulo de Memphis. Un
coche volcado junto a un árbol, alcohol, una joven de buena familia,
gentuza de la que justifica el término. Vaya si Faulkner (que dicen,
renegaba de esta novela pues la había escrito por dinero) se esmera en
esbozarlo todo a base de brochazos de prosa densa y de escasa concesión
hacia el lector. Y no solo es que haya que estar atento: es que Faulkner ha dispersado
cualquier cosa parecida a una estructura lineal en varias millas a la
redonda. Sobre todo al principio más de uno puede sentirse huérfano ante
la sucesión de situaciones aparentemente inconexas y poco coherentes.
Pero es que lentamente sale el sol: un sol resplandeciente que empieza a
otorgarle sentido a tanto preliminar. Los arañazos pasan a ser heridas y
el dolor deja de ser una punzada para ser la duradera sensación de un
golpe bien propinado. O varios: hígado, riñones, sí, las partes nobles.
Faulkner enfila la segunda mitad del libro con mucha mayor claridad, no
diáfana, no, pero sí progresiva, con la convicción solo posible en los
grandes de verdad.
En este libro se intercala el análisis que podríamos llamar macro, de la situación de la vivienda, del mercado inmobiliario, de los marcos, jurídicos, económicos y financieros, con la referencia constante a casos individuales. Todo ello, desde una manipulación constante de los datos y de las fuentes, con constantes autoreferencias y medias verdades-mentiras absolutas (número de ejecuciones hipotecarias, suicidios, la supuesta liberalización del suelo que nunca existió, la negación de valor del suelo urbanizable, la valoración de los activos adjudicados, etc…) y opiniones que no dejan de ser los procedentes del múltiple movimiento del que la PAH es punta de lanza. Es dificil, en tantas páginas y compartiendo un espacio generacional con los autores no encontrar puntos de acuerdo: la acusación contra la clase política por haber descubierto lo inmobiliario como piedra filosofal, etc. Pero enseguida los caminos se bifurcan, rápidamente se olvidan de cómo el poder político se halla en la génesis de todo este desastre, para pedir más de lo mismo como solución, más poder político, más intervención, más regulación, menos libertad. Seamos claros, tras la lectura de este libro uno confirma sus tesis iniciales con respecto a la PAH. Tras afirmaciones tan peregrinas como que cualquier alumno de primero de Economía sabe que la función del Estado es intentar corregir los errores del mercado para se aproxime al máximo a la competencia perfecta, la cosa va mucho más allá. Si en un principio apuestan por una interpretación maximalista de los límites al derecho de propiedad que nuestra Constitución "quedabien" determinó, según va avanzando la lectura uno percibe como realmente la PAH no deja de ser el mascarón de proa de algo muy viejo.