En la pequeña población de Rinjsburg, a cuarenta kilómetros de
Amsterdam, hay una casita de grandes adoquines con tejado a dos aguas y
ventanas emplomadas que contiene un museo. Las dos salas de que consta
ofrecen al visitante detalles nimios de la vida tal y como tenía lugar
cuatrocientos años atrás: una cama con dosel y sábanas de Holanda,
jofaina, espejo, escabel; un conjunto de útiles de aspecto
desconcertante que, si el profano no lee el prospecto que recibe a la
entrada, jamás llegará a reconocer como herramientas para la manufactura
de lentes; un escritorio con candil y un armario donde se acumulan
centenar y medio de libros gruesos como sacos, todos ediciones
originales del siglo XVII y anteriores, en seis lenguas, holandés,
portugués, español, hebreo, latín y griego. Es la biblioteca de Spinoza:
una radiografía, como si dijéramos, del interior de su cerebro, una
imagen al trasluz de la mente que alumbró el sistema metafísico más
detallado y sorprendente de la historia de las ideas. Poseer la
biblioteca de Spinoza significaría algo así como apropiarse de su alma,
de los prodigios y vislumbres que llegó a contener: sería el correlato
más acabado de ese viejo ritual mediante el cual las tribus del pasado
pretendían asumir el valor o la fuerza del rival devorando su corazón.
Un hombre quiso devorar el corazón de Spinoza, es decir, robar su
biblioteca. Fue Alfred Rosenberg, ideólogo nazi, miembro de la plana
mayor del NSDAP y uno de los responsables directos de la masacre de seis
millones de judíos en la Segunda Guerra Mundial. Rosenberg detestaba a
los judíos, pero admiraba a Spinoza. Eso le ponía en un aprieto: en un
dilema insoluble entre cuyas aguas se mueve la novela de Irvin Yalom que reseño aquí.
Alternando capítulos pares e impares, Yalom combina la vida de Spinoza
con la de su némesis: así, en escenas que ganan sabor con el contraste,
asistimos también a la incompetencia de Rosenberg en el instituto de
bachillerato en que estudia, a sus primeros escarceos con el partido
nacionalsocialista, su amistad con Eckart y Hitler, la depresión final
en que le hunde el fracaso de su indigesto El mito del siglo XX, obra de
lectura obligatoria en las escuelas arias donde se revela que la causa
de la degeneración mundial radica en el judaísmo. El problema de Spinoza
al que hace referencia el título se plantea, así, del siguiente modo:
cómo es posible que una raza degenerada y nociva produjera la mayor
mente que ha conocido la humanidad. Pero, aplicando las herramientas
psicoanalíticas de las que el autor se sirve tan a gusto, el problema
puede llegar más lejos e interrogar directamente al lector: ¿cómo es
posible despreciar a quien no se conoce? A menos, claro es, que el
desprecio no sea sino otra versión u otro nombre de la propia
ignorancia.
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